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Gaudí, alumno revolucionario y mal estudiante

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02.05.2018

Els dibuixos d’estudiant que conserva la càtedra Gaudí de la UPC posen fi al tòpic del geni aïllat i el seu expedient deixa veure un alumne irregular i poc brillant.

Los dibujos de estudiante que conserva la cátedra Gaudí de la UPC ponen fin al tópico del genio aislado y su expediente deja ver un alumno irregular y poco brillante.

Antoni Gaudí es uno de los arquitectos más grandes de la historia. Sus creaciones son valoradas por colegas suyos de generaciones posteriores; son estudiadas por los investigadores y disfrutan de una popularidad que parece no tener límites. En Barcelona, donde es casi omnipresente, seis de los edificios que creó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX —la Casa Milà (la Pedrera), el Park Güell, Palau Güell, la Casa Batlló, la cripta y la fachada del nacimiento de la Sagrada Familia y la Casa Vicens— son Patrimonio de la Humanidad desde 1984 y 2005; un reconocimiento que hace que miles y miles de personas los visiten cada año (10 millones el 2017). Todo el que trae el sello Gaudí es sinónimo de éxito. Esto hace que el interés por él, sobre todo económico, no haya parado de crecer, compartiendo “quién tiene un Gaudí tiene un tesoro” que expresó el gestor de uno de sus edificios. La generalización y masificación de Gaudí hace que se tienda a simplificar su vida y su obra para hacerlo más comercial y digerible, creando un anecdotario fantástico que lo convierte en un genio al cual todo le ha venido dado, sin que nada ni nadie influyera en él.

Por suerte, hay personas emperradas en demostrar que Gaudí es más complejo, que no fue un genio impermeable que vive y trabaja aislado. Uno de ellos es el arquitecto e historiador Juan José Lahuerta, director desde finales de 2016 de la cátedra Gaudí de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) de la Universitat Politècnica de Catalunya. Lahuerta, que siempre ha defendido la necesidad de rescatar al arquitecto de su propio éxito, que lo ha traído a ser material de consumo, asegura que Gaudí ha tenido mala suerte, porque la gran mayoría de sus edificios han acabado en manos privadas que han generalizado, en la mayoría de los casos, el fomento de su vertiente más amable a partir de anécdotas. Según Lahuerta, a Gaudí, como todo personaje sobre-expuesto, hay que estudiarlo sin prejuicios y no venerarlo porque “realmente es un desconocido, su construcción se hace a través de la estandarización del personaje”, como por ejemplo cuando se asegura que Gaudí pertenecía a una familia humilde de artesanos para destacar más su éxito. “No lo serían tanto cuando enviaron a Barcelona dos hijos a estudiar, uno medicina y el otro arquitectura”, subraya Lahuerta.

La cátedra que dirige Lahuerta y su archivo, que forma parte de la biblioteca de la ETSAB, que atesora centenares de documentos que permiten reconstruir la historia arquitectónica de Cataluña, conservan un pequeño tesoro: medio centenar de dibujos de Gaudí y de sus colaboradores, de los cuales 12 son de la etapa de formación del arquitecto. Ocho son en la misma sede de la cátedra, al edificio del ETSAB de la Diagonal, y el resto a la Sagrada Familia, donde llegaron en la época de Joan Bassegoda y Nonell, que estuvo al frente entre 1968 y 2000. “Son pocos, pero constituyen el conjunto más homogéneo que se conserva de él”, puntualiza Lahuerta.

Es sabida la libertad creativa de Gaudí, necesaria para diseñar edificios nuevos como la Casa Batlló, la Sagrada Familia y, sobre todo, la Pedrera; un espíritu innovador que lo acompañó desde su etapa de estudiante, como evidencia el conjunto de dibujos que se conserva en la cátedra de la UPC. “Una de las formas de convertir Gaudí en un genio es asegurar que cuando era estudiante ya era un genio, que no le interesaba la escuela, ni la enseñanza, puesto que nadie le podía enseñar nada. Es un tópico más de la ‘vida de artista’, que, como la de los santos, siempre son hagiográficas. La medida de las láminas de sus proyectos y la calidad de las acuarelas con que los acabó demuestran que no fue así”, prosigue el experto.

Las primeras clases de la Escuela de Arquitectura empezaron el 1871, y el 1877 se licenció con la primera promoción de ocho estudiantes, que tenían que revalidar el título en Madrid. En la segunda sólo se licenciaron cuatro, entre ellos Antoni Gaudí, con 26 años. En 1879, ocho, que bajaron a dos el 1880 y el 1881, unas cifras parecidas a las de los años siguientes, que incluso bajaron a uno el 1884. La cosa cambió el 1888, año de la Exposición Universal, cuando fueron 12 los nuevos arquitectos que acabaron sus estudios, una cifra que se mantuvo constando hasta el cambio de siglo. Según Lahuerta, los nuevos arquitectos, a diferencia de los maestros de obras que tradicionalmente habían construido la ciudad, “tenían que ser técnicos y artistas, arqueólogos, inventores e historiadores, y alguien capaz de interpretar en imágenes poderosas y originales la ideología de una burguesía en expansión”. Los nuevos arquitectos inventaron la expresión de la historia de Cataluña, restaurando las iglesias y los monasterios, y dieron forma a la nueva Barcelona, construyendo las nuevas avenidas y sus edificios institucionales, los monumentos y los edificios singulares, como la prisión Modelo, el Hospital Clínico o la Universidad, además de los lugares de ocio.

Los proyectos de los alumnos, y Gaudí era uno de ellos, estaban relacionados con la resolución de estas necesidades. Los dibujos universitarios de Gaudí, unos enormes y bellos planos coloreados con acuarela y creados a mano, son conocidos. Se pudieron ver el 2002 a la exposición Universo Gaudí que presidió el mismo Lahuerta en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), y permiten ver hasta qué punto Gaudí se interesó para solucionar los problemas urbanísticos que vivía la ciudad en aquellos momentos, en los que él intentaba ser arquitecto proyectando un edificio público de gobierno, un lugar para la cultura, un monumento y un espacio de ocio burgués.

El primero de estos dibujos, una planta y una fachada, enmarcados y protegidos bajo un vidrio que conserva la cátedra, es el proyecto para el patio principal de un nuevo edificio para la Diputación Provincial que se quería construir en dos islas del nuevo ensanche, junto a la nueva universidad que acababa de construir Elies Rogent.

Hacer un proyecto de embarcador era, por la cantidad de trabajos conservados a la escuela, uno de los más populares. Se hacía en el segundo año de carrera. Y Gaudí hizo el suyo el 1876 con la intención de subir nota. El aprendiz de arquitecto realiza un edificio lujoso llamado Palacio-Castell, influido por un tipo de medievalismo en que destacan dos torres que parecen palos que convierten el edificio en un barco que aparenta flotar y moverse. “Es una especie de arquitectura no sólida, una característica de todo su trabajo posterior, como la esquina de la Casa Vicens o las torres y la barandilla del Capricho de Comillas. La galería de arcos góticos sobre un mar en calma recuerda los palacios de Venecia y aspectos de su posterior Palau Güell”, explica Lahuerta.

El 1877 disfrutó también de un proyecto de fuente monumental para la plaza de Cataluña, un tema nada corriente en los expedientes académicos, en que abundan los teatros, muchos a imitación de la ópera Garnier de París, y edificios para museos. En esta fecha, la unión entre la ciudad vieja y la nueva todavía era muy confusa y Gaudí decidió hacer un proyecto para intervenir en un punto urbanístico discutido cómo es la plaza de Cataluña —un lugar que no se urbanizará hasta 1929— para unir las dos ciudades.

En este momento ya está haciendo un proyecto parecido en la ciudad. Se trata de la fuente monumental que construye desde enero de 1875 Josep Fontseré en el parque de la Ciutadella, en que Gaudí trabaja como ayudante. “Mientras que la fuente de Fontseré al que impera es de piedra, con grutas y estalactitas, y el agua es secundaria en un proyecto que es copia reducida del Palais de Longchamps de Marsella, Gaudí convierte el agua en la protagonista al imaginar una gran estructura de planta circular formada por dos galerías de columnas y arcos del que surgen cuatro pórticos escalonados, rematados por fuentes menores. En el centro se levanta un pilar que sostiene, a unos 30 metros de altura, una linterna con gárgolas y estatuas clásicas”, explica Lahuerta junto al dibujo. El más nuevo para este experto es que “Gaudí plantea el agua como un elemento arquitectónico más, creando unos chorros parabólicos que funcionan como contrafuertes líquidos, y el pilar central desaparece escondido bajo el agua que brota del centro de la estructura”. Es el que el investigador denomina un "ou com balla" gigante. Según la escalera apuntada de 1:75, la fuente llegaría a los 52 metros de altura, cinco menos que el edificio más alto de la ciudad de entonces, el monumento a Colón, que se inauguró poco después, el 1888. “De fuentes como esta, por tipología, al siglo XIX no conozco ninguna. Incluso es superior a la de Carles Buïgas de 1929, que cuando está apagada no hay fuente, mientras que en la de Gaudí hay una arquitectura impresionante que queda escondida por el agua”, dice un categórico Lahuerta, que después de observar el proyecto exclama: “La calidad del dibujo es enorme, y después dicen que no era buen dibujante. Cómo que no!”.

Para obtener el título de arquitecto tenía que pasar una reválida en la que el alumno escogía un tema de los tres que formulaba el jurado. El croquis se empezaba por la mañana y después de ocho horas el jurado analizaba la prueba de repente. Si pasaba, el alumno tenía 30 días para completar el diseño respetando el inicial. El 1877 el proyecto que presentó Gaudí a reválida fue el de un edificio público: una sala de actos, demostrando una vez más su osadía. Lo hizo ante el director de la Escuela, Elies Rogent. Está claro, el proyecto superó el de su maestro. Gaudí presentó un espacio en el que, según el parecer de Lahuerta, se refleja mucho la ciudad que se vivía en aquellos días: la Revolución de 1868, la Gloriosa, que pone fin al exilio de la reina Isabel II, y la proclamación del Sexenio democrático que vivió la llegada del sufragio universal masculino, la abolición de la esclavitud, la libertad de culto y de prensa, el liberalismo económico y el federalismo, entre otros. Uno de los protagonistas del periodo fue otro rehuyendo, el general Prim.

Ante el espacio cerrado para los profesores de la Universidad que realiza Rogent, Gaudí propone un espacio abierto, casi de asamblea, con dos hemiciclos enfrentados, uno para el “claustro” y otro para el “público”, rodeados por una galería de columnas y arcos cubiertos por dos medias cúpulas e iluminados por una enorme claraboya inspirada en las del mundo clásico. “Muestra varias inspiraciones. La más famosa es la sala de disecciones de la École de Medicine de París creada por Jacques Gondouin en el siglo XVIII, pero Gaudí lo desdobla siguiendo otro modelo, como es la columnata pseudoelíptica que William Thornton diseñó para la Cámara de Representantes del Capitolio de Washington el 1794, de forma que, lejos de ser un trámite, se tomó muchas molestias al realizar este proyecto tan atrevido, con unas dimensiones, 50 metros de altura y una cúpula de 30 de diámetro, con una complejidad que no existe en toda la ciudad”.

Atrevido también en la decoración, porque propone una estructura metálica con incrustaciones de cerámica policromada en la cual se pueden ver escenas clásicas, como un Olimpo lleno de dioses. “La policromía tiene que ver con los libros que escandalizaban media Europa, en los cuales se aseguraba que el mármol del Partenón no era blanco sino que se había pintado”, señala el experto mientras se detiene en el dibujo del enorme trono que realizó Gaudí: “Cuando hablan de Gaudí diseñador nadie recuerda este mueble; no hay ningún libro en el que aparezca, pero es el primer mueble que diseñó Gaudí en su vida”.

José Ángel Montañés, El País.

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